El monstruo como reflejo social

El monstruo nunca es sólo una criatura fantástica. Aunque aparezca en las páginas de una novela gótica, en un cómic o en la pantalla de cine, siempre habla de algo más profundo: es un espejo de los miedos, ansiedades y tensiones de la sociedad que lo crea. Desde los vampiros aristocráticos de la Europa del siglo XIX hasta el género del home invasion en el cine contemporáneo, cada época “inventa” sus propios monstruos para poder hablar de lo que más teme, incluso cuando no puede hacerlo de manera abierta o directa. Lo que asusta a una generación puede resultar inofensivo para otra, porque lo importante no es la criatura en sí, sino lo que representa. En este recorrido vamos a ver cómo los monstruos han ido cambiando de forma a lo largo del tiempo y cómo, en esa transformación, revelan las ansiedades sociales de cada momento histórico.

El monstruo clásico

En el siglo XIX, dos figuras marcaron el nacimiento del monstruo moderno: Drácula y Frankenstein. Ambos surgen en un contexto atravesado por tensiones políticas, sociales y científicas, y cada uno representa un miedo colectivo de su época. Drácula, creado por Bram Stoker en 1897, es mucho más que un vampiro sediento de sangre. En la Inglaterra victoriana, su figura simbolizaba la amenaza de lo extranjero y la ansiedad frente a la decadencia de un imperio que comenzaba a sentir su fragilidad. El vampiro encarna el temor a la invasión de lo “otro”: es un ser venido del Este que amenaza con contaminar a las jóvenes inglesas y, con ellas, la pureza social. A esto se suma el componente sexual: la represión victoriana convirtió al vampiro en una metáfora de los deseos ocultos y peligrosos, de la transgresión erótica que desafiaba las normas morales de la época (Auerbach, 1995). Incluso la idea del contagio se asocia con los temores a la sífilis y otras enfermedades que preocupaban a la sociedad de fin de siglo. Frankenstein, publicado por Mary Shelley en 1818, aparece en un contexto diferente, marcado por el avance de la ciencia y la revolución industrial. El monstruo no surge de la tradición sobrenatural, sino de la experimentación científica. La criatura encarna el miedo a un progreso descontrolado, a lo que podría ocurrir si la ciencia avanzara sin límites éticos. Shelley plantea un dilema todavía vigente: ¿qué ocurre cuando el ser humano crea vida sin responsabilizarse de las consecuencias? Frankenstein no es simplemente una bestia violenta, sino un hijo abandonado que, al ser rechazado por su creador, se rebela contra él. En ese sentido, representa también el miedo a que lo que engendramos —ya sea un hijo, una máquina o un descubrimiento científico— se vuelva en nuestra contra (Baldick, 1987). Ambos monstruos fundan una tradición: ya no se trata sólo de criaturas aterradoras, sino de símbolos cargados de significado social y cultural.

Los monstruos del siglo XX

El siglo XX trajo consigo nuevos terrores y, con ellos, nuevos monstruos. En un mundo atravesado por guerras, transformaciones tecnológicas y cambios culturales, las criaturas se adaptaron a los miedos de la época. El hombre lobo, aunque proveniente del folclore europeo, adquirió un nuevo protagonismo en la cultura popular. En un contexto donde Freud ya había introducido la idea del inconsciente y de los instintos reprimidos, la licantropía se volvió metáfora de la dualidad humana: el ciudadano respetable que, bajo la luna llena, revela su lado salvaje y violento. El hombre lobo representaba el temor a perder el control de la propia naturaleza y a descubrir que dentro de cada individuo habita una bestia reprimida. Pero quizá ningún monstruo haya tenido tanto impacto cultural en el siglo XX como el zombi. Si bien sus raíces se encuentran en el vudú haitiano, fue George A. Romero quien lo reinventó en La noche de los muertos vivientes (1968). Sus zombies no eran simples cadáveres animados: eran una metáfora de las tensiones sociales de su tiempo. En plena Guerra Fría, simbolizaban el miedo a la invasión y a la pérdida de la identidad individual frente a las masas. Décadas más tarde, en los años ochenta y noventa, los zombies se reinterpretaron como crítica al consumismo, especialmente en películas como Dawn of the Dead (1978), donde los muertos regresaban a un centro comercial como si el impulso de consumir sobreviviera incluso a la muerte (Bishop, 2010). Y en el siglo XXI, con el auge de series como The Walking Dead, se convirtieron en metáforas de pandemias globales, colapsos sociales y la fragilidad de las instituciones. Los monstruos del siglo XX reflejaban, en definitiva, el temor a perder lo que define lo humano: el control racional, la identidad, la autonomía frente a un mundo cada vez más incierto.

El terror contemporáneo

Con la llegada del cine de terror contemporáneo, el monstruo experimentó otra transformación. En lugar de criaturas sobrenaturales, los nuevos terrores comenzaron a surgir de lo cotidiano, de lo aparentemente común. En este punto, el slasher y el home invasion se convirtieron en dos de las formas más representativas del miedo moderno. El slasher, popularizado a partir de los años setenta con películas como Halloween (1978) o Viernes 13 (1980), cambió las reglas del género. Aquí, el monstruo no era un vampiro ni un zombie, sino un asesino humano, muchas veces enmascarado, que acechaba a jóvenes en lugares suburbanos o rurales. El miedo ya no se proyectaba en criaturas fantásticas, sino en la idea de que cualquiera —un vecino, un compañero de escuela, alguien que pasa desapercibido— podía convertirse en asesino. Clover (1992) señala que el slasher introdujo un miedo profundamente cultural: la violencia contra la juventud en una sociedad marcada por el conservadurismo y la paranoia.
Una variante de este mismo terror es el home invasion, representado en películas como The Strangers (2008) o Funny Games (1997). En estos relatos, el monstruo no entra por medios sobrenaturales, sino por la puerta de tu casa. La idea de que el hogar, tradicionalmente visto como el lugar seguro, pueda ser violentado por desconocidos convierte lo cotidiano en un espacio de horror. Este subgénero refleja ansiedades modernas relacionadas con la inseguridad, la desconfianza hacia los demás y la fragilidad de las fronteras entre lo privado y lo público.
En ambos casos, el monstruo contemporáneo deja de ser un ente fantástico y se vuelve humano, demasiado humano. El asesino enmascarado y el intruso desconocido son proyecciones de un miedo latente: que el peligro no viene de afuera ni de lo sobrenatural, sino de la propia sociedad en la que vivimos.

El monstruo interior: horror psicológico y trauma

En el siglo XXI, el terror ha ido aún más lejos: ya no basta con mirar hacia afuera, sino que el verdadero monstruo puede estar dentro de nosotros mismos. Películas como The Babadook (2014) y Hereditary (2018) muestran cómo el horror surge de lo psicológico, lo íntimo y lo familiar.
En The Babadook, la criatura que aterroriza a la protagonista no es más que la representación simbólica de su duelo y depresión. El monstruo funciona como metáfora de aquello que no se enfrenta ni se procesa: el dolor reprimido que, si no se acepta, puede destruir la vida cotidiana (Parastuti, 2022). Hereditary, por su parte, explora el horror heredado a través de generaciones, mostrando cómo los traumas familiares, los secretos y las relaciones dañinas pueden convertirse en un monstruo implacable. El verdadero terror no proviene de demonios externos, sino de lo que la propia familia transmite, consciente o inconscientemente, a sus descendientes (Buerger, 2017).
Este giro hacia lo psicológico demuestra que el terror contemporáneo no necesita criaturas visibles para asustar. El monstruo puede ser el duelo, la ansiedad, la depresión o los lazos familiares envenenados. Y quizás por eso conecta tanto con el público actual: porque refleja temores íntimos y universales.
Los monstruos han cambiado de forma a lo largo de la historia, pero su función esencial se mantiene: son espejos de nuestros miedos más profundos. En el siglo XIX, Drácula encarnaba temores al extranjero y a la sexualidad reprimida; Frankenstein advertía sobre los riesgos del progreso sin límites éticos. En el siglo XX, los hombres lobo y los zombies reflejaron la violencia interior, el consumismo y la despersonalización de las masas. En el cine contemporáneo, los slashers y los home invasions nos recuerdan que el terror puede estar en el vecino o en la propia casa. Y en la última década, el horror psicológico nos ha mostrado que muchas veces el monstruo está dentro de nosotros mismos, en forma de traumas, culpas y emociones reprimidas. Al final, lo que cambia no es la existencia del monstruo, sino su forma. El vampiro, el zombi, el asesino enmascarado o la figura del trauma son solo distintas maneras de decir lo mismo: tenemos miedo. El monstruo se adapta a las ansiedades de cada época, y en ese sentido, siempre está vivo.

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🧶 Referencias:
1️⃣ Auerbach, N. (1995). Our vampires, ourselves. University of Chicago Press.
2️⃣ Baldick, C. (1987). In Frankenstein’s shadow: Myth, monstrosity, and nineteenth-century writing. Clarendon Press.
3️⃣ Bishop, K. W. (2010). American zombie gothic: The rise and fall (and rise) of the walking dead in popular culture. McFarland.
4️⃣ Buerger, S. (2017). The beak that grips: maternal indifference, ambivalence and the abject in The Babadook. Studies in Australasian Cinema, 11(1), 33-44. https://doi.org/10.1080/17503175.2017.1308903
5️⃣ Clover, C. J. (1992). Men, women, and chain saws: Gender in the modern horror film. Princeton University Press.
6️⃣ Parastuti, M. (2022). Monstrous reflections: The Babadook as a metaphor for psychological turmoil. World Journal of English Language, 15(3), 194-202. https://doi.org/10.5430/wjel.v15n3p194
📷 Babadook (The Babadook) Pecado 4: la ira